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Calipso y el oleaje del amor

cimcnellicastro

Por: Nelli Itzanah Castro García



Bajo mil astros confundidos entre sí, danzaban las lágrimas juzgadas por el corazón de la amante perdida, las huellas dactilares se hincaban dolorosamente tras saberse abandonadas y humilladas ante la posibilidad de no contraer contacto alguno con el ser de sus sueños, se sabía abandonada y sumergida en el poder infinito que regía la cosmogonía de su mirada.


Hacía mucho tiempo que la soledad aturdía las montañas que se incrustaban sobre el rostro de Calipso al anochecer, hacía eternos momentos que el llanto del oleaje amoroso del océano inundaba a los mortales y a la ninfa nostálgica que anhelaba una historia de amor. Durante largos años, el abrazo suave del astro fogoso se presentaba como la primeriza energía que acariciaba lentamente la piel jade de la hija de Atlas.


El deseo pasional estaba inmerso sobre su alma, más nunca se había decidido por cantar al mar con la añoranza de ser escuchada, sin embargo una tarde supo que no sería en vano desplegar su voz al horizonte, pues a lo lejos un objeto se acercaba navegando turbiamente sobre las olas de su manto. Tranquila y pacientemente esperó la llegada del hombre que prontamente se convertiría en el desglose de sus sentimientos y en la eterna monotonía amorosa que tanto había estado esperando.


Las olas del mar juraron conservar la imagen de la llegada de la misteriosa embarcación, con la cual las pupilas de Calipso brillaron como las estrellas unidas en la suprema condensación milenaria que había dado vida al cosmos y a los movimientos cíclicos de la chispa divina. Así pues, el manantial de amor y cariño sumergió los sueños del alma desdichada de la pequeña ninfa, juraba y rezaba a los polos del Olimpo para que su amado durmiera eternamente bajo su pecho, junto a su cuerpo y ante la calidez de la isla. Sin embargo el destino traería lo contrario a sus deseos.


Una noche el corazón se supo indefenso y solitario tras contemplar el rechazo del hombre ante la oferta de la inmortalidad y el continuo amor de una pareja entre ninfa y mortal, así que aturdida por el llanto de las montañas, cayó caóticamente sobre el dolor del reproche y el abandono. Se sabía humillada y solitaria nuevamente, entendía que el amor no era el sentimiento mejor asociado a las ninfas, así que optó por alejarse de la vida y del amor, tomando la calidez del horizonte junto a su pecho, restregando la emoción que alguna vez le pudo haber salvado de terminar en la desdicha de su cuerpo, en la magia del singular sabor de la muerte.

 
 
 

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