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Mientras camino

cimcnellicastro

Por: Nelli Itzanah Castro García



Me gusta creer que al pasar mucho tiempo a solas puedo gozar un poco más de la compañía de las personas cuando llegue el momento de estar con ellas. 


Me gusta creer que a pesar de la distancia hay alguien que aún se sonroja cuando me encuentra en su memoria. 


Me gusta pensar que al estar lejos de casa puedo pedirle al viento que lleve con murmullos algunos mensajes a las personas que extraño. 


Me gusta pensar que el verano no terminará hasta obsequiarme un romance que complete mi equipaje para escaparme a algún lugar repleto de turmalinas y amatistas guardados por las manos que aún añoro distinguir en mi cintura.


Me gusta saber que hay un nuevo compás de jade floreciendo en las costillas que decoran la muerte de mis miedos. 


Me gusta escuchar mi voz y dejar de buscar una explicación lógica que contenga mis preguntas. Me gusta sentir la nostalgia que invade el pecho al desear volver a casa; sentir el cuerpo cansado después de un día de clases, ensayos y tareas; percibir mis manos tensas al maniobrar la bicicleta e intentar frenar con firmeza antes de ser atropellada por un coche despistado; sentir el flujo de los brazos libres por la arena después de besar el hombro amarillo del dharma dejado por los sueños.


Me gusta ser presa del pánico que surge al pedalear sin manos y vencer la calle que soporta el peso de las luces.


Me gusta sentirme suspendida mientras miro el suelo al saber que mis piernas tocan el cielo y mi cabeza se alinea con la semilla de un proceso interno sucediendo en el presente junto a la eternidad de un grito marchitado en mi cabeza. 


Me gusta sentir los músculos acalambrados después de intentar hacer veinte lagartijas y fracasar en la tercera. 


Me gusta llegar a casa y prender el ventilador con la seguridad de que el día ha terminado y solo queda dormir al tocar el suelo para estar totalmente en blanco. 


Me gusta ver mi sombra en el pavimento mientras me sostiene el amor que aun siento al mirar las piernas de aquel que se ha marchado.


Me gusta sentir mi cabello deslizándose hacia atrás para descubrir mi cuello y recibir el beso de mi único amante escondido en la montaña. Sentir aquello que solo aparece al llegar a casa y agradecer por poder despertar al día siguiente. Sentir mi sonrisa en las mañanas frente al espejo diciéndome que soy hermosa y que vale la pena seguir viviendo.


Me gusta cruzarme con los ojos de personas desconocidas y desearles un bonito día antes de iniciar mi rutina. 


Me gusta escuchar a los ancianos y admirar la huella del tiempo diluyéndose en la luz que protege cada una de sus canas. 


Me gusta sentirme sonriente, fuerte, feliz, curiosa, momentánea, ligera, débil, fugaz, cortante, audaz, enamorada…


Me gusta saber que muy dentro aún está la niña de trenzas negras y collares rojos; la niña de ojos café y tez morena, la de pestañas largas y sonrisa grande, la de piernas suaves y voz aguda, la de labios gruesos y nariz pequeña. 


Me gusta pensar que no he perdido a la niña que camina de mi mano buscando la mejor ruta para viajar por el mundo con los ahorros acumulados en trece años bajo la puerta de un ropero carcomido por el peso de los libros.


Me gusta contemplarme bajo el efecto de un láser guinda ofrendado por el fuego transmutable de las cosas; creer que un día despertaré sin madejas en el pecho; cerraré los ojos con la confianza de no ser inundada por la nobleza del sentimiento asomando por la vista. 


Me gusta pensar que un día miraré alrededor y me encontraré ahí; afuera y también adentro, volviendo a ese lugar repleto de árboles y pájaros rojos que cantarán para mi. Pensar que el viento me abrazará y no tendrá que llevar mis lágrimas porque se habrán ido sin olvidar agradecerme por resguardarlas durante tantos años. 


Me gusta pensar que un día ya no habrá llanto porque solo quedará sentir… 


Sentir sin pensar que algo se debe encontrar; inundar el pecho de luz y los labios de sol, escuchar su voz y no hacer nada más que estar con él mientras los colibríes cantan al recolectar el néctar a las siete de la mañana.


Sentir.


Sentir el odio, la tristeza, el rencor, el miedo, la nostalgia, la ira, el amor, la felicidad, la cobardía, la venganza, la pureza, la inocencia…


Saberme valiente por el simple hecho de dejarme sentir… 

 
 
 

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