Por: Nelli Itzanah Castro García

He pensado en la importancia de las voces, en la delicadeza con que deberían ser usadas las palabras.
Últimamente comunicar me ha sido casi imposible, hay algo que no se atreve a dejarme hablar; a veces creo que es por miedo y otras por la extraña sensación de no querer hacerlo.
He querido platicar un poco de lo que me pasa y abordar alguno de los temas de conversación que cualquier persona toma para superar un silencio incómodo o para terminar con la angustiosa necesidad de no escapar del sonido.
Durante mucho tiempo creí que no sucedía nada relevante en mi vida como para poder contarlo, suponer que mi voz era aburrida como para preferir quedarme callada. Ahora comprendo que simplemente nunca he querido comunicar más de lo que se me pregunta en una salida con amigos o en un encuentro casual al final del trabajo.
A veces pienso que las bolsas de basura son perros, que las puertas son personas o que el olor de las calles es capaz de conducirme al recuerdo de algún paraje perdido en mi memoria; todo ello para al final recostarme bajo un techo blanco que constantemente cambia sus lunares de lugar.
Por noches enteras he soñando con castillos, montañas, bailes, galaxias y también con los ojos de alguna persona que ahora me es extraña. He visto que el ser humano es algo; un cuerpo, una energía, un mundo dentro de sí mismo; algo que se enreda mientras al mismo tiempo trata de encontrarse dentro de aquello que él mismo creó.
Suelo creer que hay voces que sostienen laberintos; zonas claras y escaleras a medio construir; murallas destruyéndose y jardines cultivando jacarandas.
Por momentos siento un impulso al frente de mi rostro; un espasmo que se expande por la nariz hasta generar un ligero hormigueo en la anchura de mis pómulos; quiero estornudar pero antes de que pueda hacerlo me doy cuenta de que más bien hay algo que se esfuerza por subir hasta mi garganta y conocer la luz que vence la oscuridad al interior de mi boca. Me quedo viendo a la persona que tengo delante para después completar mi acción con la increíble sensación de guardar silencio.
Un maestro me ha dicho que a veces me parezco a los árboles, que a veces luzco como uno de ellos por la peculiaridad de estar callada cuando todos hablan. Ha hecho énfasis en cómo llega un punto en que las diferencias entre el cuerpo humano y las plantas parecen difuminarse. Me ha dicho que el lugar donde nacen los árboles es donde habrán de vivir para siempre, no conocen otro lugar pero tienen la increíble capacidad de compartir su memoria por debajo de la tierra. Sus ramificaciones son tantas que les basta con solo estar ahí; sin intentar trasladarse por la angustia de creer que algo más importante sucederá en un punto que no sea el que les sostiene.
Mi maestro es incapaz de esconder sus ojos a pesar de que pocas veces los he visto con claridad. Cuando hablo con él hay algo que me ensordece para solo escuchar su voz, algo que me ciega para solo verlo delante de mí. He llegado a pensar que mientras uno de sus ojos me mira, el otro pareciera ir más allá de lo que yo misma puedo vislumbrar de mí.
Me pregunto qué es lo que he perdido en la búsqueda frenética de una identidad.
Para mi maestro los actores son circunstancias, individuos que no están completos a pesar de que quisieran estarlo. Me ha sugerido leer la biblia mientras desayuno una taza de café, me ha visto frustrada, enojada y también contenta, me ha dicho que la risa es lo importante y la envidia es para los cobardes. Me ha dicho que no deje que el coraje sea el ego hablando a través del brillo que he obtenido al no querer rasgar la sinceridad de mi silencio, que los actores hacen el amor en escena y que a su vez ellos deben ser el amor per se; que debo seguir haciendo preguntas porque sin ellas mi objetivo puede perderse entre el de los demás; dice que reconoce mi trabajo y que puedo crecer más de lo que lo he hecho. Él me observa cuando me quedo sin palabras; ha tomado la costumbre de acercarse para decirme que a pesar de mi silencio parece que sigo hablando.
Hoy le he dicho a mi maestro que los árboles me han hablado. Hace tiempo desperté de una pesadilla que Dios ideó para mí. Comencé a contarle a mis amigos la forma en que me enfrenté al amor, lo que hizo conmigo y los altibajos que me obligó a experimentar. Por amor dejé de hablar y por amor he intentado volver a hacerlo. A pesar del caos que encierra, hoy puedo decir que todo cuando ha ocurrido ha sido por el deseo de comprender lo que es vivir.
Comments