Por: Nelli Itzanah Castro García

Se siente como un vacío, pero un vacío que nunca duele, un vacío donde nada pasa y todo ocurre, un silencio donde alguien grita y todos callan, un lamento que atormenta y sigue en desvanecimiento, un suspiro donde alguien ama y es amado. Un vacío que nunca está y aún así se espera no perderlo, no olvidarlo.
Aquel momento es perfecto y está ocurriendo, está completo y a la vez en blanco, nunca inicia y aún así se está viviendo. Es eterno hasta que el tiempo se percata de cuán gozoso es no tenerle.
Un limbo.
Es un limbo; un punto medio que contempla, algo que agradece y viaja en un mismo eje.
Alguien dijo que serían luceros de placer que jamás perecerían; sinfonías escapadas de algún fotógrafo enviciado por la ficción, el recuerdo de algún infante al decir adiós después de disfrutar el plato de sopa servido por la abuela.
Un vacío dulce, amargo, ácido, rugoso y con olor a un fruto naranja. Su textura es la de un lienzo a medio pintar con agujeros de distintos tamaños que rompen el patrón de su estructura. Su tamaño es como el de la nada, aunque un poco más pequeño que si lo fuera todo. Es pesado, aunque a veces pretenda ser liviano. Sus dimensiones son densas cuando más se esmera por entenderlo. Es amarillo, aunque a veces parezca rojo con destellos blancos y nubarrones lila.
Es el vacío que todos conocen aunque nieguen hacerlo. El vacío de mi mente mezclado con el de un gato tuerto, el limbo de mi padre entrelazado con el de su padre, la luna de mi madre unida a la de su madre, la sonrisa de mi primo escapando a la de su hermana. Un cuchillo de aluminio intentando ser de oro, una alfombra siendo el trono de mi perra, el arcoíris siendo gris mientras se une a la percepción del espectro aparentemente completo.
Es el vacío que lo es casi todo y a la vez casi nada. El vacío que está a punto de acercarse a la extensión de la palabra. Un vacío que aún no ha iniciado pero ya se le ve terminando.
El vacío que no se entiende y sin embargo se posee.
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