Por: Nelli Itzanah Castro García

Solía mirar los árboles al mediodía. Aquella sensación de saberme pequeña era singularmente satisfactoria; me creía indefensa y contemplativa, no me importaba nada más que perderme en aquel mar de sonidos que lenta y progresivamente aumentaban de potencia.
Me gustaba saber que arriba sucedían cosas importantes. Imaginar que los pájaros cantaban para mí, suponer que eran lindos porque tenían algo bello que compartir, porque querían ser escuchados por quién quisiera sentir algo más que no fueran sus propios temores. Me gustaba saber que el cielo en algún momento se percataba de mi presencia, sentirme observada era hermoso cuando me proponía unirme a la sencillez de las cosas.
Era bello pensar que aquel momento podía ser eterno hasta que yo decidiera volver a apartarme de él, me gustaba saber que el mundo seguía su curso sin importar que yo le mirase o no, si me moviera o guardara silencio no importaba para nadie, ni siquiera para mí.
Me sentía segura cada que volvía a él, podía estar lastimada, abandonada o huidiza, pero ahí no, ahí siempre encontraba la neutralidad, ese punto en el que sabes que puedes dejar todo atrás y seguir con la blancura del corazón, sentir que los sueños se marchitan para nunca más volver a dormir con el llanto del dolor. Ese lugar era perfecto porque consumía y destrozaba todo lo que podía dañarme.
La sencillez de las cosas era simple porque dejaba que todo siguiera su movimiento; retener los hechos era retroceder y volver a intentar, comenzar de cero y terminar una vez más, recordar el pasado era morir para después sentir que nada era como habías querido. Guardar memorias al final siempre ha sido eso: un dolor inmenso al que quisieras exterminar, punzadas y tirones zurcidos para ganar un poco más de tiempo.
Quizá por eso jamás dejará de ser mi lugar favorito, quizá porque ahí los errores pierden fuerza hasta desvanecerse dentro del olvido, quizá porque ahí puedo vaciar mi vida entera y volver a ser un punto blanco en la vastedad de las estrellas, quizá porque ahí puedo olvidarme un momento del personaje al que debo encajar. Porque sólo ahí puedo recuperar la esencia que temo perder, que temo olvidar.
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